lunes, 21 de marzo de 2011

TOLSTOI. LA MUERTE DE IVAN ILICH



Al principio está la muerte; y la vida se explica en 11 entregas. La de Ivan Ilich es la muerte de todos, es el estudio milimétrico de una vida, basada en la justificación, y de una muerte, anunciada sí, pero también fría y cruel, incapaz de negociar respuestas, de dar consuelo. Leon Tolstoi, como Unamuno, dan vida, a finales del XIX, a una muerte en boca de todos. Una muerte que ya no reconforta a la emancipada mentalidad europea, que no significa otra vida, que es tan solo un muro, insalvable y empapado de recuerdos estampados. De vidas acabadas. Con La muerte de Ivan Ilich Tolstoi consigue enfrentarnos a todos con el pánico mundano de la propia defunción, desmontándola a través de la sucinta biografía de un funcionario judicial. El funeral en el primer capítulo, la vida en 11 entregas.

Solo alguien muy sabio, muy despierto o muy leído, puede no ser tan idiota por vivir en el mundo de la Historia, en el mito de la Historia. Todavía tan joven; en seguida se propuso como bastón de apoyo del cansado ánimo de la vieja Europa. La sociedad industrial desplegó en el continente un aire de crisis sobre la identidad espiritual individual, hasta el punto de provocar una auténtica ruptura con el aquel universal yo que, hasta ahora, se había visto salvaguardado y herméticamente defendido por el dogma. Pero la Historia salió al rescate, nació con intereses ocultos: las naciones la crearon para fabricar sus países, como se crea la argamasa antes de levantar un edificio. Lo que no sabían es que Clío iba a ser, desde entonces, nuestra única referencia, el único suelo sobre el que caminar. Y Europa cayó en el mismo error. La vida por la justificación, la vida caminada hacia atrás, la vida en base a los recuerdos. La vida desde la muerte. La frase más triste, y con la que todos comulgamos: vive un buen presente, para tener en el futuro un bonito pasado. ¡Estúpidos animales! ¡El presente es lo único que existe! Vívelo por lo que es, compón odas al instante, al segundo invencible.

El pobre Ivan Ilich es la liebre que rompe el hilo en pos del final, nuestro testigo avanzadilla, el narrador de la muerte del yo. Pero no por la celebración de la vida, que sabemos ya extinta, sino por la nueva descripción moral de la muerte. Su funeral, al principio, da paso a un relato cerrado. Cualquiera esperaría un relato sobre la justificación de la vida de Ivan Ilich; pero no, la biografía se titula como se titula: La muerte de Ivan Ilich. Tolstoi describe su vida, ralentizando el ritmo a medida que avanza, y se explaya, semana a semana, día a día, en la enfermedad y muerte del protagonista. Ilich ha basado su existencia en la corrección, en la adoración de los moldes, pero ante la muerte comprende su error, aprende a idolatrar el caos. Deduce, en la más triste soledad, que nada merece justificación, que la sólida realidad irracional de la muerte impide, por más que lo intentemos, que la vida tenga algún sentido. Que la vida tan solo se compone de instantes, y que pasado y futuro no son más que proyecciones enfermas, dañinas e irreales. Pero es tarde para él. La muerte de Ivan Ilich nos advierte de nuestro error. Tolstoi, quizá sin saberlo, nos mostró la puerta de escape del mito de la Historia.

La sensación, al leer esta breve novela, es que lo que dice no puede caber en tan pocas palabras. Es la condensación de un miedo natural, innato; en primer plano, en una calculada analepsis. Es la sombría reconstrucción del camino irremediable; y Tolstoi es preciso, le bastan pocos trazos. El sentimiento que más rápido nos invade es el de la tristeza, el de la debilidad: sentimos el peso innegociable de la mortalidad. Pero también sentimos una profunda compasión, por Ivan Ilich, y por toda la raza humana. Pecamos de lo que descubre el personaje: que no nos importa que el hombre vaya a morir, sino que lo vayamos a hacer nosotros. Ivan, Leon, Pablo. Todos. Y lo más triste, lo más sobrecogedor de la novela, es que Ilich, no solo muere solo, sino que vive solo; en compañía, pero solo. Con el silencio por respuesta, como Antonius Block.

No cometamos el error de vivir en función de lo que nos depare el futuro, porque entonces solo nos quedará esperar la muerte.

miércoles, 16 de marzo de 2011

PÁNICO EN LOS ESTADIOS DE FÚTBOL


No quiero entrar al trapo y al ataque sin cabeza. No es por nada de lo que haya pasado este fin de semana. Vengo de a tomar por culo, y en un rápido repaso a la prensa deportiva me encuentro una noticia de algo de dopaje, de la Cope, del Real Madrid y del Barça. No lo he leído. No vengo a defender inocencias y glorias de Barcelona, que bien solito se basta, ni a insultar a la santa institución que es el Real Madrid, noble rival, y viejo enemigo íntimo. Vengo aquí a defender al fútbol español, porque se ve rodeado y devorado.

Sería lamentable que el Madrid ganase esta Liga con el poco fútbol que ha demostrado. Con tanto cohete de feria suelto en el mercado, el nuevo proyecto de Florentino es aún más despreciable que el primero. Repito, no quiero atacar al Madrid, sino en todo caso defenderlo, alentarlo. O quizá sea mejor así para todos. No lo sé.

Me parecería lamentable que el Madrid, con el poco fútbol que exhibe, en comparación con el Barça, se llevara esta Liga, jugando sucio. No se ganan las Ligas en las salas de prensa, ni en las portadas y el nº de ventas, sino en los terrenos de juego. La campaña de desestabilización anti-Barça fue, al principio de la temporada, más burda y tosca. No hablo sólo de Mourinho que, en cierto modo, en su derecho está: hablo de Marca, Ser y Cuatro, fundamentalmente. Ahora quizá se ha hecho más sutil, o quizá la bola de nieve ya camine sola, y todo se haya producido según los cálculos de algún amasapasta sin piedad que, repito, se está cargando nuestro fútbol.

Sinceramente me esperaba algo más de los medios, dadas las circunstancias. Deberían besarle los pies al Barça, porque gracias al fútbol de la Masía, España ha ganado Mundial y Eurocopa; sí, al fútbol. No hablo de estrellitas de medio día, de nombres fulgurantes en camisetas de a 72 euros: hablo de fútbol, de un amor, de una filosofía, de un querer hacer, de un estilo, de una artesanía fina que puede no tener asegurado el triplete este año, pero sí una lugar en algún museo. Me esperaba apoyo de la prensa, gratitud, más respeto por el trabajo de día a día que, ahí sí, existe y se valora. Esperaba una crítica del fútbol más convencida del modelo blaugrana. Pero no, en absoluto. Repito, no vengo a defender al Barça.

Vengo a defender al fútbol español porque alguien se lo está cargando. La prensa juega a caricaturizar a Barça-Madrid como el bueno y el malo de la película, en el mejor de los casos. Como ahora ya cansa el palique de Mou, todos con el Barça! Y más presión! El Barça se juega la Liga y su prestigio, pero también el de la idea que nos llevó a campeones a todos. El Madrid, el malo atractivo, no tiene nada que perder, pero hace ganar mucho a muchos. Se celebra que haya combate, que el bien y el mal se enfrenten; como en la Guerra Civil, toda Europa expectante. Los medios bendicen la lucha, como la Santa Madre Iglesia: pero las ideas son las que mueren en los campos de batalla. Yacen al final, junto a los cadáveres. Eso es la guerra. El Partido del Siglo.

Los medios, ahora más sutiles, no se ponen de parte de nadie. Pero coño, hay que reconocer que es Mou la gallina de los huevos de oro. Las portadas con títulos y records, con gratitud e involucración, se ve que cansan al público. Queremos guerra. Sería lamentable que el Madrid ganase la Liga por el poder mediático que se ha generado, y no por la labor practicada en un campo de fútbol, con su hierba, su balón, y esos 22 tíos corriendo en calzoncillos. ¿Cómo es posible que, de una manera o de otra, el Barça tenga que justificar sus victorias, ante argumentos no futbolísticos, semana tras semana? Debería bastar el maravilloso trabajo que hacen los jugadores en el campo. Pero no. Mourinho acusa, como un cobarde, y el eco llega a Barcelona en forma de niñería, pero que al fin y al cabo, es contestada y debatida entre la gente. Mourinho dije gilipolleces, y los medios le ríen la gracia. Ahora ya casi ni le soportan, pero le han cosido el megáfono a la cara. Trabajo hecho: bola rodando.

El primer proyecto de Florentino se basó en el poder de la economía inmobiliaria, una de los clavos de nuestra ataúd en la presente crisis, por cierto. Pero bueno, el hombre tuvo buen gusto, dejó trabajar a ojeadores nada tontos, y se trajo a los mejores jugadores del mundo. Cosa que ahora no puede, porque están en el eterno rival, y son de casa. Pero hizo un equipo como Dios manda, y daba gusto verles jugar, la verdad. El segundo proyecto, tras el ocaso del primero se basa en algo aún más feo, me parece a mí. En el poder mediático que, de alguna manera, ha sabido poner a sus pies Don Florentino, el empresario de la década. La apuesta está clara: si falla el intento de jogo bonito con Pellegrini (un año de margen), nos vamos a por el puñetero Special One. El enemigo nº 1 del Barça, el entrenador más caprichoso del planeta. ¿El mejor? A ver si con la plantilla y el presupuesto del Depor consigue la salvación, año tras año, como cualquier “vulgar” Lotina de la vida. Lo que se han gastado en los clubes en fichajes para Mourinho resulta casi incalculable.

El hombre tendrá sus virtudes, que nadie cobra lo que cobra ese por no hacer nada, por ser mediocre….¿o sí? Pero la apuesta de Florentino está clara. No al fútbol, porque qué más da, si es un negocio. Y sí al poder mediático que implica el traer a un tipo como Mourinho. Todo está en venta en el Madrid, y el perrito del demonio ya ha empezado a morder la mano que le da de comer. Lo malo es que a medida que el perro muerde, a diestro y siniestro, a la mano misma del dueño, éste, a su vez, en la otra mano, amontona semana tras semana cientos y cientos de miles de millones de euros, por la gracia del nuevo mordisco del perrito. Un circo, vaya. Pero de fútbol, poquito. Y el que hay es a golpe de prepotente chequera.

El Madrid parece un rival más digno. Pero no nos engañemos. Con un poco más de paridad en los recursos económicos de los 20 equipos de 1ª división, la Liga estaría ya sentenciada. Da la casualidad de que el Barça no ha pagado por sus principales figuras (A mi entender: Piqué, 5 millones, Puyol, Sergio, Xavi, Iniesta, Messi, Pedrito). Es el Madrid quien, adinerada e injustamente, ha alargado tanto el tope presupuestario del fútbol español, que ahora no llega nadie a su altura. Solo el Barça, que tiene, porque los cultiva, los mejores tomates de la huerta. Esos que el bueno de Florentino habría ya comprado si pudiera. Si el Madrid se ciñera a su cantera, y al gasto medio del Barcelona en fichajes, lo pasaría canutas en la Otra Liga, en la de los Valencia, Sevilla, Villareal y Atlético. Seguramente sería 2º, pero por fútbol, sin el 40% de su inversión en fichajes, estaría lejos del Barça.

Respeto mucho al Madrid de Xabi Alonso, de Sergio Ramos, de Casillas, De Özil, de CR7, de Marcelo (fíjate! Quién me lo iba a decir!), al Madrid del trabajo bien hecho, pero no al del capricho constante, al de la campaña sucia de estiércol mal tirado, al de la venta deshonrosa. Todo vale para derrocar la catedral de fútbol que está construyendo el Barça en estos años, una catedral en la que, por cierto, por mucho que se resista De la Morena, puede rezar cualquier ciudadano del mapa español. La Masía es solidaria: nos ha dado un Mundial a todos.

La prensa española podría estar más agradecida porque ese modelo culé nos ha llevado a la gloria. Pero Floren se ha subido al carro, y ha visto negocio, por lo que va a conducirlo él. Qué curioso que se vuelva a presentar cuando el fútbol vuelve a ser la polla en España, cuando hemos ganado una Eurocopa; y qué curioso que su primer proyecto sea un intento de parecerse al Barça (modelo imperante en la gloriosa roja), contratando a un tal Pellegrini que, no es por nada, ha dejado tanta huella en el Villareal tras 5 años allí, que el equipo sigue jugando maravillosamente bien al fútbol por inercia. Buenas herencias, trabajo bien hecho. Pero Florentino no tuvo paciencia. Y tira del juego sucio: de la guerra mediática, de la complicidad de la prensa de carnaza, de la celebración de la lucha, de la simpleza maniquea del bien y el mal, pero burdamente jugada. Mourinho se adapta al pelo, son como anillo y dedo. No sé qué vino antes: la eliminación por parte del Inter, el dedito en alto retando al Camp Nou, el proyecto Florentino 2.0, o la llamada de la prensa, o de quienes se estén lucrando con todo esto, para instar al Presidente a empezar la jugada. La jugada maestra.

Por algún motivo, seguramente el increíble fútbol de La Masía, la palabra fútbol y España están cada vez más asociadas en el mundo. En este mundo de marcas, global, del que disfrutamos todos. Pero deberíamos ser conscientes. Tenemos que pensar bien qué vendemos a cambio de todo lo que nos llega de esta nueva Sociedad de la Información. Ojo, no del conocimiento, de la información, de las comunicaciones. La ecuación podría ser así: La Masía trabaja bien desde los ’90, y en 2008-2010 eclosiona una generación asombrosa de futbolistas que nos llevan a la gloria mundial; los poderes no son tontos, y se dan cuenta de las posibilidades que todo eso conlleva; se vende la imagen de España tan ligada al fútbol como antes a los toros, pero con mucha mejor cara; y, evidentemente, hay gente que empieza a sacar un montón de pasta de ahí.

No es que no me parezca legítimo, que lo es; pero me parece triste lo que estamos vendiendo, los aficionados, por esa cosa tan estúpida y abstracta. El fútbol español no se ha visto recompensado por las victorias alcanzadas como Selección, solo el Madrid se ha aprovechado. Se vende genial la lucha 1 contra 1, el proyecto que puede derrocar a lo invencible, no tanto los intrincados líos de una Liga como la inglesa. O sí, pero en nuestro caso, nos vamos al triste modelo maniqueo que ya impera en elecciones generales y todo. ¡Quiénes somos los futboleros para parar el bi-todismo!

Florentino sabe lo que hace, de eso no hay duda. Pero al menos debemos tener en cuanta con qué armas está jugando. Y lo que no me esperaba es que tuviera ese total apoyo de los medios para su nueva batalla sucia. Esperaba que los medios reconocieran dónde está el fútbol y dónde el negocio; esperaba que de haberlo reconocido, se hubieran decantado por el noble deporte, y no por la palabrería barata de imprentas perezosas y lameculos. Que sepan, que lo sabrán (porque al fin y al cabo, son empresas), que se han vendido al mejor postor. Y este nuevo dueño nuestro, como aquel que yo me sé, puede colocarnos sobre la bañera, como a un vulgar Miró, para que nos derritamos poco a poco y nos consumamos en nuestros propios errores.

martes, 15 de marzo de 2011

Sin título


Quiero hacer algo, con esta ventisca de recuerdos.

Algo tan inhumano como borrar mis pasos en la arena.

Quiero saludarlos con la mano, decirles adiós, tristemente.

Chivo expiatorio de mi alma, púdrete en el desierto.

Quiero soplar más fuerte, apagar su abrasadora constancia.

Nódulos colapsados, de un cerebro almidonado.

Quiero nacer a la noche entera. De día, nacer cada día.

Restregar mi presencia al mundo, exhibir mi infinito presente.

Quiero dedicarle odas al instante, y burlas al destino.

Palabra infame que abduce nuestros pasos, acobardados.

Quiero pianos en la madrugada, ojeras peleadas con el sol.

Sombras felices, que no tienen patrón, que no tiene dueño.

Quiero mis dientes rotos, por comerme las fronteras.

Defendiendo a capa y espada, mi postulado de la nada.

Quiero un alma caritativa que se apiade de mis recuerdos.

Porque ya no los quiero. Hoy no los quiero.

Son solo un abrigo de piel, imaginario, entre tanta ventisca.

miércoles, 26 de enero de 2011

LA CONQUISTA DE LO IMPOSIBLE



La conquista de lo imposible.

Estamos a principios del siglo XX. Las antiguas colonias europeas de Sudamérica son ya historia, pero el expolio continúa. En las estribaciones andinas de la gran selva amazónica, entre los ríos Pachitea y Ucayali , fruto de las obsesiones y vicios de Werner Herzog nació el extraordinario film Fitzcarraldo, que narra el descabellado proyecto de un adinerado colono alemán en Perú, movido por el sueño de construir para Caruso, un Teatro de la Ópera en Iquitos.

Este fotograma resume muchos de los intensos mensajes que la película contiene. Esa férrea mirada de Klaus Kinski a un infinito tangible, al alcance solo de la mano de los soñadores, es la definitiva conquista de lo imposible. En su temeraria incursión al reino de los jíbaros, Fitzcarraldo lleva consigo al mismísimo Caruso, que silencia hasta a la muerte, y no digamos a los indios hostiles. No es el relato del regalo de la civilización, es el regalo de la música y de las artes, y de todos los sentimientos que éstas provocan, que nos hacen a todos más humanos, más humildes. Es la imagen de quien se emociona con lo bello, de quien es capaz de imaginar lo imposible, y de lograrlo, tan solo por el gusto de poder compartir esa belleza sobrehumana que le ha inspirado. No vence a los jíbaros, les convence, les atrae, y les une a su causa: la causa del arte, de la rendición incondicional de la condición humana ante lo sublime.

sábado, 22 de enero de 2011

EL FUTURO INTOLERABLE




El futuro intolerable.

Según dicen los estudios, el 95% de la población mundial sigue siendo creyente. A principios del siglo XVI Nicolás Maquiavelo predijo el inicio de un proceso de secularización que, a día de hoy, parece no haber hecho grandes avances. Las guerras de religión, a priori, han desaparecido; no obstante ya advirtió Fukuyama, el gran ideólogo neo-cons, que tras el fin de la Historia, con la derrota del bloque comunista, llegaría la era de las grandes luchas de civilizaciones.

La niña de rojo, entre las reliquias desenfocadas de un sistema imperecedero, aparece ante nosotros en el centro casi exacto de la imagen, llamando poderosamente nuestra atención; y pese a su aparente inmovilismo, resulta la única figura realmente viva en ese momento. Su gesto destaca entre los espectros, en ese entorno fantasmagórico y alienado que aún le es ajeno. Las nuevas generaciones son una ventana abierta al futuro, condicionadas, eso sí, por la tradición: la democracia de los muertos.

La inocencia y la alienación quedan retratadas a la perfección en esta instantánea dinámica y centralizada, que sin embargo recuerda inmediatamente, a toda nuestra generación, al delicado pigmento carmesí de la Lista de Schindler. ¿Una asimilación producto del occidentalismo del autor, o fruto calenturiento de las mentes posmodernistas?


Las mujeres musulmanes atienden a rezos en la víspera del primer día del mes de ayuno islámico de Ramadan en una mezquita en Surabaya, East Java, Indonesia el 31 de agosto de 2008. (REUTERS/Sigit Pamungkas)

domingo, 24 de octubre de 2010

Entreteniciencia familiar!



Pienso que la memoria de los seres humanos es algo limitado, al menos en mi caso; yo, que a veces me defino como tal. Yo, que otras lo hago como el profesional de la memoria, el administrador del recuerdo colectivo. Yo, que me hago llamar historiador, tengo una memoria limitada.

Pienso que es como el Metro, donde hay que dejar salir para que otros puedan entrar. Y claro, tiene también cierto límite de capacidad, igualmente dilatables mediante esfuerzo y contorsiones. Me pasa que cuando descubro un grupo nuevo, cuando me hablan de una nueva película, un libro o, el ejemplo que más me perturba, un chiste nuevo, mecánicamente, mi mente envía a la papelera de reciclaje al último grupo de la cola, la última película, al último libro del fondo de mi memoria. O ese otro chiste que me cabe. Capacidad limitada.

Desconozco de cuántos GB estamos hablando. Tal vez 100, tal vez 100000. Quizá recuerde 1000 películas, pero no me pidas 1001. Puede que el próximo grupo del que me hablen eche de mi memoria, con un perfecto efecto dominó sobre mi materia gris, a los mismísimos Beattles, o a los Rolling, o al pobre grupo que se haya quedado al borde del abismo del olvido.

Pienso que todos tenemos esa gran limitación, y creo que no es del todo malo. Seleccionas, filtras. Solo me preocupa por las caras. Por esa increíble y molesta habilidad que poseo para olvidarlas, para saludar con expresión de farol de póker a quien me presentaron ayer. Desde hace unos años recurro a un truco, no del todo infalible: la asimilación, los parecidos razonables.

Asumo que he llegado al tope de caras que puedo recordar. Por tanto, las novedades se archivan en mi cabeza en la medida que se me parezcan a alguien conocido: hasta que una forma física no adquiere personalidad propia, mi recuerdo depende de un referente al que se me asemeje.

19 caras nuevas, 19 nombres, 19 vidas desconocidas, y fue a José María a quien primero clasifiqué. Así que este simpático sevillano, loco de las letras, está, y él no lo sabe, muy ligado para mí a mi amigo Gabri, turinés adoptado por Madrid, productor de mínimal, con quien nada tiene que ver. Es su pelo, extrañamente clásico, su desgarbada altura, su espalda, ancha y afable y, sobre todo, esa barbilla afilada, siempre recubierta, y ese punto, donde ésta se junta con el gaznate. Ahí, Gabri y José María son casi el mismo.

A veces me vale un pequeño detalle, una mínima semejanza extrema. Otras veces tengo que mezclar, como Truman buscando y creando cual mosaico, a esa utópica muchacha rubia de ojos saltones. María, la chica de Vigo, es como la unión de María, mi amiga de Pontevea, y Marta, la camarera de Pontevedra. Marta, mi nueva compañera periodista, es la sonrisa y los ojos de Carla, mi compañera en Santiago, con el cuerpo de Laura, la de Vigo que se fue a Granada. Y Paula es en morena Laura la de Vigo, pero la que se fue a Madrid.

Ciertamente. A veces todo esto confunde. Por eso, que no se extrañe Paula si un día le digo: “¿Pero tú cuando eras rubia no conocías a María en Vigo?”, o José María si mañana le pregunto por su nuevo álbum: mi memoria es limitada.

miércoles, 21 de abril de 2010

¿A DÓNDE TE PUEDE LLEVAR UNA TARDE ESCUCHANDO THE BATS?




Sin ciertas certezas no podríamos vivir. Una es la seguridad de que vamos a morir, lo cual podría parecer incongruente; otra, en íntima relación, es la de que vamos a dormir, antes o después, voluntaria o involuntariamente. Ambas lo que hacen es impulsarnos a hacer cosas, a vivir la vida y los días con intensidad, como si, efectivamente, no hubiera un mañana. Otra certeza, que no lo es, es la que nos hace pensar que el mundo, tal y como lo conocemos, no desaparecerá ni se modificará. Tenemos la falsa seguridad, o nos aferramos a su utópica verdad, de que la realidad, nuestra realidad, es inmutable, de que el suelo que pisamos, las casas que habitamos y las calles que nos vieron crecer no cederán ni se transformarán en decrépitos y esfumados recuerdos. Creemos que nuestro reflejo en el espejo no se modifica, no cambia, no envejece, pero no es así. Lloramos al pensar que alguien saldrá del decorado de nuestras vidas, y ni soñamos con la idea de que los ríos, las montañas, continentes e islas puedan cambiar sus formas, y sin embargo lo hacen.
Vivimos con obsesiva confianza en el milagroso acto de la vida humana sobre la tierra, con la soberbia incorregible del pueblo elegido, que incluye una realidad con el arrogante y falso derecho a la inmutabilidad frente al tiempo. Nuestro universo está cerrado aunque alardeemos de abiertas mentes: el rojo ha de ser rojo, y la primavera ha de seguir al invierno. Nuestro primer sistema de valores es el que parte de la más rudimentaria percepción sensorial: una serie de seguridades espacio-temporales que, más desarrolladas, darán lugar a algunas de las bases de la más universalista organización humana: las familias, por ejemplo, los calendarios, los espacios territoriales, los Estados, las clases sociales/estamentos/castas. Y parten de una serie de observaciones que, aunque han de tener en cuenta forzosamente el paso del tiempo (nunca se desconoció el concepto del ciclo), tratan de fijar en nuestra conciencia (individual y de grupo) unos pilares conceptuales, unas certezas, seguridades inmutables que componen nuestra realidad. Por eso, por ejemplo, el contacto con otra forma de vida extraterrestre trastornaría tanto a la humanidad, porque ataca a uno de esos pilares: la universalidad del ser humano, su individualismo en la realidad, el absolutismo del antropocentrismo que reina en lo más profundo y básico de nuestra conciencia.
Miro el mapa, un día como hoy, y pienso en la seguridad que supone para los habitantes de un planeta que las formas de éste no varíen. Que podamos decir, no sólo que mis padres, mis abuelos y bisabuelos fueron tailandeses, sino que Tailandia ha sido siempre lo mismo, es una importante certeza. No en el sentido político, sino que Tailandia siempre ha sido el mismo pedazo de tierra inamovible e invariada a través del tiempo, la misma forma sobre la piel de la tierra: un hogar perfectamente inmutable, una realidad a prueba de transformaciones.
Y lo que pienso al mirar el mapa de Indochina es que apenas conozco los hogares donde descansan mi alma y mi conciencia: tanto el mismo planeta, como mi Europa, mi España y mi casa, que aún tiene rincones inexplorados, como mi propio cuerpo y mi ser, el mismo que creo que tampoco cambia, como no cambia (o no ha de cambiar) el dibujo de la Tierra. Entonces, será por la primavera, que ya empieza a hacer efecto, me entra el nervio del explorador, del pionero buscador de lo desconocido. Miro el mapa y pienso. Indonesia, Myanmar, Laos, Vietnam…todos tiene formas extrañas, estiradas, repartidas a jirones sobre el Océano Índico, apenas forman parte de mi realidad, y sin embargo ahí han estado siempre, brillando las luces de sus ciudades sobre un tembloroso y oscuro abismo. Y todas aquellas islas, tan perdidas, tan distantes, en medio de la más absoluta inmensidad del Pacífico; solas, incomprendidas y abandonadas de Dios, burlas de la naturaleza al infinito poder de Poseidón. Me pregunto por la vida allí: en Mapumai, Mauke, en la Islas Cook, en el atolón Palmyra. Cómo han llegado esas pistas de aterrizaje que se ven en el GoogleMaps allí? Cómo el hombre puede haber llegado allí? Son lugares inabarcablemente invisibles pero, increíblemente, alguien los divisó, atracó en ellos, los exploró y, no solo los descubrió y conoció, sino que los dio a conocer a toda la humanidad. Siempre digo que la geografía es terrible, pero sé que me equivoco.
Me he imaginado siendo un intrépido explorador británico de época victoriana, excéntrico y un tanto polémico… No, mejor un pobre pringao del ejército, un soldado al servicio del geógrafo y topógrafo Capitán Vladimir Arseniev, de Dersu Uzala. Pero en vez de avanzar sobre la tundra, en los parajes más remotos y desolados de la Unión Soviética, cerca ya del Mar del Japón, yo navegaría entre las islas perdidas del Océano Pacífico, sobre la segura y soleada cubierta de un enorme barco todoterreno. Me he imaginado construyendo allí, llevando pedazos de civilización a mundos inhóspitos pero acogedores, deshabitados. Pero entonces se sacian mis ansias, o se adormecen, porque el buen explorador es el que no busca certezas, es el que simplemente busca: para encontrar, para saciar su adicción a los desconocido o, precisamente, para huir de falsas seguridades, envolventes y anestésicas.
Hoy se han saciado mis renacidas y poco exigentes ansias. Más que otra cosa, más que ser un Livingstone imaginario, quería sentir en el moño el aliento humanizador de un cariñoso Stanley de turno que persiguiera la estela de mis sueños, de esos que me llevan cada vez más lejos del suelo y de la tierra, pero más cerca de todas esas pequeñas y preciosas islitas derramadas por el Océano. A pesar de todo, desde el punto de partida, esta tarde no me ha llevado muy lejos: de la economía contemporánea de los tigres del Sudeste asiático hasta las fronteras del flujo horario, hasta el alba más temprana del planeta.