
En las lejanas tierras del subconsciente viven, agazapadas e incorpóreas, nuestras más profundas pasiones. Descansan cuando el sol ilumina nuestra vida, cuando la miel roza nuestros labios, y mientras el mundo se despliega ante nuestros pasos. Pero asaltan la cuna de nuestras noches; fingen entretenernos, contarnos historias y cuentos que hacen dormir a los niños, y sin embargo apedrean nuestra consciencia indefensa y desprevenida, dejando a veces cicatrices que trascienden ante los rayos del mediodía. Inundan el alma de dudas ancestrales, estiran la dialéctica de nuestro ser, hasta casi romperla por cualquier lado, someten mi memoria a una inquisición fantasmagórica, irracional e inconsciente. Y al despertar, la sangre de mis lágrimas se vuelve azul, espesa de sueños vertidos y que ya nunca más volveré a ver.
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